viernes, 16 de agosto de 2013

[Relatos][Kensei][Kuge] Clan Minamoto: "Cuando caiga la noche y solo quede el recuerdo"

“Cuando caiga la noche y solo quede el recuerdo”

Invierno del 1001 de la coronación del Tenno Sujin (Enero aproximadamente)

La noche era pesada y fría, mientras el guerrero ahora enfundado en un kimono negro con interior blanquecino oteaba el horizonte que iluminado por la noche lúgubre le mostraba una ciudad en vilo. El palacio, visto desde la torre más alta del mismo, le daba la impresión de que todo era posible, de que Hymukai entera era un tablero y él movería las fichas una a una, y cuando todos se hubieran retirado, él reinaría sobre el tablero vacío... ¿Qué pretendía una vez logrado eso? En silencio, le atemorizaba verse cegado por el embriagador poder que el Trono prometía. A su derecha, tenía al último portador del nombre de uno de los clanes rebeldes, Inazo Takezo “El Inazo Blanco” llamaban a sus espaldas los samurais del dominio. El motivo era su armadura, blanca fúnebre por los pecados de su estirpe, una vergüenza que Takezo no podría pagar con su sepukku. Su karma, como hijo del Daimyo Inazo, exigía que encontrara y acabara con los rebeldes y trajese de vuelta a sus hombres, y así quizás su Señor Yoritomo perdonaría a los hombres que simplemente siguieron sus deudas de honor. Absorto en el lento veneno que era la impaciencia por restituir su honor y su karma, pasó por alto al hombre que con pasos lentos y deliberados entró en la habitación mostrando una serenidad hecha para no causar alerta. Instintivamente, su mano se posó en la empuñadura de su reverenciada espada, recibida de manos del último Inazo digno, su abuelo Inazo Iwao, antes de retirarse al monasterio como era costumbre certera en su clan. El visitante levantó la mano izquierda, signo de no querer alcanzar al espada, y se descubrió mostrando unas facciones bien dibujadas pero fáciles de pasar por alto al poco tiempo... Otomo Nobuyoshi estaba en la estancia para entregar un mensaje. En este intercambio de gestos, quedó inadvertida la sonrisa discreta y ladeada del Gran Señor Minamoto no Yoritomo, que pensaba en la ironía de los acontecimientos y en una respuesta que ya sabía antes de escucharla.

“Debéis anunciar vuestra llegada cuando sea para presentaros ante Yoritomo-Sama” Anunció Takezo en un intento de sonar tajante.

“Yoritomo-Sama ha oido el anuncio de mi llegada antes que usted, Takezo-San” Dijo Nobuyoshi con una sonrisa destinada a ser conciliador. “Mi Señor, traigo noticias del Kyuden Kamegawa... Por lo que he podido averiguar, el Daimyo rebelde Kamegawa no Kaworu ha muerto. Su heredero, Kamegawa no Tsuneo ha sido abatido por un disparo de un tipo de mosquete que no había visto hasta ahora, cuando su castillo fue sitiado. Se dice que una serie de emboscadas y derrotas ha diezmado en este último mes a todo el clan Kamegawa, como si la ira de los Infiernos hubiera perseguido a los traidores... - Hizo énfasis en la palabra “Traidores”, y prosiguió como si no fuera intencionado- Pero tengo la impresión de que es solo el karma, que ha venido a por su cobro, mi Señor, espero sus órdenes con rigor.”

Yoritomo no esperaba eso, y odiaba las sorpresas. Los Kamegawa destruidos a manos de un grupo desconocido, ¿Un clan amigo de los Minamoto? Imposible, habría recibido avisos, noticias de emisarios... Nada. Si había algo que intrigaba a un Daimyo como él era el hecho de que una facción desconocida con armas aún nunca probadas se dedicase a borrar del mapa a uno de sus antiguos clanes vasallos, porque eso podría significar una amenaza en ciernes.

“Ve, infórmate de qué ha sucedido para que esa respuesta se haya producido. No podemos permitirnos tener un grupo desconocido eliminando Señores Feudales por doquier, no en mis provincias. Los Kuroda colindan con la princia de Tsuga, donde se encontraba el Kyuden Kamegawa, necesitamos tus servicios, ve y sé eficaz Nobuyoshi-San, eres mi mejor hombre en estas lides.” Dijo con voz cansada y con una naciente preocupación. Una vez solos de nuevo, el Señor volvió a escrutar el horizonte, hasta que Takezo se atrevió a romper el silencio.

“Mi Señor Yoritomo, dígame si puedo hacer algo para aliviar su angustia, si hay una misión que pueda cumplir para su mayor gloria. Me gustaría ir tras los traidores Inazo en cuanto su Señoría estime correcto a permitírmelo.”

“No aún, Takezo-San. Hay piezas que alguien está colocando en el tablero sin preguntar y unos cuantos rebeldes no me importan tanto como éste enigma. Aprecio tu honor, y mis ancestros saben que tu corazón es puro, al igual que los tuyos. Eres parte de un manzano con solo algunas manzanas podridas, solo hay que podarlas y toda la afrenta quedará restituida kármicamente.”

Y en la oscuridad apenas iluminada de la habitación, Takezo vertió dos lágrimas de rabia por los crímenes de los suyos, mientras agradecía la piedad de su Señor, al que juró en silencio servir hasta su muerte por segunda vez en lo que llevaban de año.

El Daimyo recordaba sus alejados días de infancia, cuando Tsuneo y él habían compartido juegos de estrategia y lecciones de kenjutsu bajo la mirada furiosa del sensei Wagyu Mifune, severo, recto, brillante y adorado por sus alumnos. Eran tiempos en los que no había cabida para la palabra “traición” ni “deber”, eran niños jugando a ser guerreros, armados con armas de juguete diseñadas para inculcar disciplina desde la niñez. Todavía le dolían las manos si recordaba las veces en que Mifune-Sama le había reprendido por su forma tosca de disparar el arco, siempre rebosante de ira, como si la filosofía zen de los guerreros no fuese con él, y solo la brutalidad tuviese dominada su alma. Ahora, tras casi dos décadas, las lecciones duramente inculcadas estaban dando fruto y le habían salvado la vida cuando Yorimasa vino a por él. El hombre que derramaba su propia sangre estaba manchado, condenado a purgar su pecado, pero... ¿Qué hacer cuando pecar es la única salida? Hombres como él o como el bueno de Takezo se veían empujados a ello por tradición, honor y supervivencia, y si bien no le tembló la mano a la hora de atacar a Yorimasa, no podía sino temer en lo que podía convertirse si se alejaba de la vía de sus antepasados... Temía a la bestia acorralada que vivía en su interior, y si no conseguía dominarla, Hymukai la sufriría durante mil años. En ese momento, en la soledad de sus pensamientos, rompió a hablar, sorprendiendo a un preocupado Takezo:

“Cuando caiga la noche, y solo quede el recuerdo del polvo de nuestros huesos, esto se cantará en las cortes de los Grandes Señores, los guerreros llorarán porque no pueden luchar nuestras batallas y las poetisas crearán obras sobre nuestras gestas. Porque aquellos que hoy levanten sus estandartes junto al mío, serán recordados como verdaderos patriotas durante diez mil años...” Y tan súbito como había comenzado a hablar, se silenció, volviendo a su contemplación.

[Fin del relato introductorio de los Minamoto]

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